miércoles, 26 de junio de 2013

Todo es posible.

Toda posibilidad necesita de la acción de alguien para convertirse en realidad.

Toda espera implica aceptar que no ocurra casi nada y la posibilidad de que otr@s hagan que lo indeseable ocurra.

miércoles, 19 de junio de 2013

Propaganda (I). La falsa palabra

En una especie de proyecto en torno a la propaganda, hemos tenido la idea de leer La fausse parole (existe una versión traducida, La falsa palabra), de Armand Robin (1912-1961) y Propaganda, de Edward Bernays (1891-1995). De este último ya nos ocuparemos más adelante; de momento, hablemos del sorprendente Robin.
La falsa palabra es un librito publicado en 1953 el mismo año en que murió Stalin, vale la pena recordarlo que no pretende ser un ensayo ni por su breve extensión ni por la manera en que trata su tema, la propaganda. De hecho, las observaciones del escritor y traductor bretón se refieren sólo a la propaganda abiertamente política y no a la de empresas privadas y más a la de regímenes que a la de partidos u organizaciones, lo que no quiere decir que no dé qué pensar más allá de eso.
Para entender esto, como todo lo que concierne a este libro, hay que mencionar dos de los rasgos fundamentales de la trayectoria de Armand Robin: el primero, que fue un políglota exacerbado que traducía veintiséis lenguas y podía entender grosso modo al menos quince más, lo que le permitía entender las emisiones de un enorme número de radios internacionales y serían esas escuchas agotadoras que devoraron buena parte de su tiempo y de su salud las que acabarían por dar a luz este libro. El segundo, que en el centro de este libro está la lengua rusa, que el bueno de Armand manejaba bien ya antes de viajar a la URSS (1933), un viaje cuyo sentido no era sólo lingüístico, sino que también debía descubrirle los frutos de la revolución rusa sobre el terreno y darle la ocasión de colaborar con la labor de un koljós. Para Robin, enamorado de las plumas de Blok, Esenin, Maiakovsky y Pasternak, todos literatos para quienes la revolución de 1917 había sido necesaria, pero no suficiente, aquella URSS con la que simpatizaba fue una gran y dolorosa decepción y el retorno a Francia, una suerte de abandono de su población que sólo podía paliar escuchando el parloteo de sus opresores, la radio estatal soviética.
Así se entiende el lento viraje de A. R. a un anarquismo que le era más una necesidad que una forma de activismo y su relación masoquista con la radio soviética, así como su encarnizamiento insistimos, racional y visceral a la vez contra aquel régimen, que se convirtió en el mejor ejemplo, que no el único, de aquello que Robin intentaba describir y denunciar con esa fascinación que despierta el Enemigo cuando parece muy difícil o imposible de vencer.
Pese a su brevedad, La fausse parole nos obligó a subrayar varios de sus pasajes y esto no es así sólo por el contenido de las emisiones que dieron lugar al libro, también lo es por la denuncia que en él se hace de la deshonestidad intelectual que preside la propaganda. Nos referimos a frases como
Lo que nunca se expresa, ni siquiera de modo muy oscuro, en esa propaganda es la petición de principio, de carácter metafísico, según la cual el adversario es ontológicamente el mal (...) en lo que a él respecta, el listón del absurdo debe ser rebasado a cada momento y el absurdo debe ser perfecto, a fin de desanimar al Espíritu y el medio del Espíritu: el Verbo. Nada debe significar nada.
o
Es lógico que todo caso de guerra contra las facultades de la mente culmine en violación del silogismo.
o aún
El tiempo ya no va a ninguna parte. Los hechos aparentes son innumerables y su presión sobre los corazones se agrava; caen de manera cada vez más precipitadamente, pero son sólo aspectos engañosos que toma la universal tentativa.
que nos remiten a La historia interminable.
Se supone que sean los tratados y panfletos los textos que más alumbren la crítica de la realidad y la búsqueda de otra mejor, pero a veces, como en la novela de Michael Ende, es la narrativa o la poesía (valga la redundancia) quien mejor lo hace. Nunca desde que leímos, hace más de cuatro años, la conversación entre Atreyu y Gmork, nos habíamos encontrado con una defensa de la Verdad tan simple y contundente.
La ética sólo puede ser práctica, no mera retórica o literatura ni desfogue para nuestras neurosis, y en el caso concreto de la Mentira, el problema con ella no es que «esté mal» porque sí, sino que la cultura de la mentira vuelve sospechosa a la Verdad, mina la posibilidad de ser sincer@s y, al poner bajo sospecha todo hecho que no provenga de la propia experiencia, destruye la posibilidad de la fiabilidad o confianza en la comunicación humana, convirtiendo la palabra en puro ruido al servicio de intenciones ocultas (una «falsa palabra»).

sábado, 1 de junio de 2013

La maldición de vivir en futuro: esperanza y desesperación

Condorcet, el gran matemático, el cerebro científico de la era de «las Luces», defendió lo inevitable del progreso humano en Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano. Escribió sobre eso escondido en casa de una protectora, sabiendo que, de ser descubierto, le esperaba la guillotina, de la que sólo una muerte más prematura (un edema pulmonar o tral vez el suicidio) le salvaría.

Unica Zürn, después de su primer internamiento psiquiátrico, escribió «La liberación de la esperanza es la liberación total», como una década antes de suicidarse lanzándose por una ventana a las fauces de la libertad última.

Alejandra Pizarnik, amiga de Julio Cortázar, había escrito en una carta a Silvina Ocampo: «el mero hecho de que él, Julio, exista en este mundo, es una razón para no tirarse por la ventana». Julio, después de que Alejandra le contara su segundo intento de suicidio y posterior internamiento, le escribió una carta con toda su ternura y cierta seriedad envuelta en humor, que termina
Sólo te acepto viva,
sólo te quiero Alejandra.